SSE #89: La epidemia de la obesidad juvenil: Contraataque con actividad física

En las últimas tres décadas se ha observado un incremento dramático en la prevalencia de obesidad en niños y adolescentes en muchos de los países desarrollados y en vías de desarrollo. Aunque las causas de esta epidemia no son claras, la reducción en el tiempo invertido en actividades físicas y el incremento de hábitos sedentarios como ver la televisión y uso de videojuegos, son factores que contribuyen. El adecuado manejo de la obesidad juvenil debe incluir cambios nutricionales, modificación del comportamiento y un estilo de vida físicamente activo.

Publicado

septiembre 2006

Autor

Oded Bar-Or, M.D.

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Sports Science Exchange 89

VOLUMEN 16 (2003) NÚMERO 2

LA EPIDEMIA DE LA OBESIDAD JUVENIL: CONTRAATAQUE CON ACTIVIDAD FÍSICA

Oded Bar-Or, M.D.
Profesor de Pediatría
Director del Centro de Ejercicio y Nutrición en Niños
McMaster University
Hamilton, Ontario
Canadá

PUNTOS CLAVE

  • La prevalencia de la obesidad juvenil está en aumento en muchos países desarrollados y subdesarrollados. Ha alcanzado proporciones epidémicas.
  • Una disminución de la actividad física, principalmente debida al aumento del “tiempo frente a la pantalla” (televisión, Internet, juegos de computadora, video), es una probable causa importante de esta epidemia.
  • El incremento de la actividad física induce varios efectos benéficos en la salud y el bienestar de los niños y adolescentes obesos. Hay menos información disponible con respecto a su eficacia en la prevención de la obesidad juvenil.
  • Están disponibles varios grupos de guías publicados con respecto a la cantidad, frecuencia, intensidad y naturaleza de las actividades apropiadas para la población general de niños y jóvenes. Sin embargo, la validación de estas guías requiere de investigación adicional.

INTRODUCCIÓN

Cómo determinar quién tiene sobrepeso y quién es obeso

Los términos “sobrepeso” y “obesidad” son utilizados frecuentemente como si fueran sinónimos, pero no lo son. Ambos indican un peso corporal excesivo, pero la obesidad es un estado más avanzado que el sobrepeso. Las definiciones y el criterio de la obesidad dependen en gran parte del método utilizado para determinarla. Idealmente, uno debe medir o evaluar el porcentaje de grasa corporal por medio de la determinación del espesor de pliegues cutáneos o pesaje hidrostático, o utilizando técnicas de absorciometría fotónica por rayos-X (DEXA). La grasa corporal mayor a 30% se utiliza frecuentemente como un criterio de obesidad.

En la ausencia de herramientas para estimar el porcentaje de grasa corporal, uno debe recurrir a las medidas más simples de peso corporal y estatura. El índice de sobrepeso y obesidad utilizado más frecuentemente, basado en el peso y la estatura, es el Índice de Masa Corporal [IMC = peso (kg) dividido por la estatura al cuadrado (m2)]. Para adultos, un IMC de 25–29 kg/m2 indica sobrepeso, y un IMC de 30 kg/m2 o más indica obesidad. Sin embargo, estos puntos de corte no son válidos para niños y adolescentes. Basándose en datos de más de 97,000 sujetos de varios países, los niveles de corte para adolescentes son menores que para adultos, y son aún menores en niños (Cole et al., 2000). Por ejemplo, el nivel de corte de obesidad para un muchacho de 15 años de edad es 28 kg/m2, y para un niño de 8 años de edad es 23 kg/m2. Los puntos de corte correspondientes para sobrepeso son 23 y 18 kg/m2 , respectivamente.

A pesar de la popularidad del IMC, uno debe darse cuenta de que no diferencía entre una persona cuyo peso corporal excesivo es debido a un alto contenido de grasa corporal y una cuyo exceso de peso es atribuido a una mayor masa libre de grasa. Este inconveniente es particularmente relevante para los atletas, quienes pueden variar marcadamente en su masa muscular y masa libre de grasa. Para estas personas, uno debe intentar una medición del porcentaje de grasa corporal.

El propósito de este artículo es describir concisamente el rápido incremento reciente en la obesidad entre niños y adolescentes, para resumir los resultados de investigaciones que han estudiado las causas potenciales de la epidemia en la obesidad juvenil, y discutir brevemente propuestas para la prevención y tratamiento de esta enfermedad. Muchos de los estudios que reportan un aumento en la prevalencia de la obesidad utilizan datos de IMC para evaluar la obesidad.

REVISIÓN DE INVESTIGACIONES

La epidemia de la obesidad juvenil

En las últimas tres décadas se ha visto una oleada dramática en la prevalencia de la obesidad juvenil. (En este artículo se utiliza “juvenil” colectivamente para niños y adolescentes). Por ejemplo, como se observa en la Tabla 1, la prevalencia de la obesidad y el sobrepeso juveniles en los Estados Unidos aumentó dramáticamente de 1965 a 1995. El aumento fue más rápido en niños que en niñas.

TABLA 1. Aumento durante 30 años en la prevalencia de la obesidad juvenil, comparando datos de la Primera Encuesta Nacional de Salud y Nutrición de los Estados Unidos (NHANES I, por sus siglas en inglés) en 1965 y la Tercera Encuesta Nacional (NHANES III) en 1995. Datos de Troiano et al. (1995). La obesidad fue evaluada de acuerdo a los percentiles del IMC.

Grupo

Grupo de edad (años)

% del aumento en la prevalencia

Niñas

6-11

106

Muchachas

12-17

69

Niños

6-11

108

Muchachos

12-17

146

Un estudio nacional Canadiense mostró un gran aumento en la prevalencia del sobrepeso y la obesidad juveniles entre 1981 y 1996 (Tremblay & Willms, 2000). El aumento pareció particularmente dramático en los grupos de edad más jóvenes. Por ejemplo, entre los niños de 7 años de edad hubo un alarmante aumento de 6 veces en la obesidad y un incremento del sobrepeso al triple. La tasa de aumento en la obesidad juvenil es considerablemente mayor que en los adultos canadienses (Tremblay et al., 2002). Este rápido avance de la obesidad juvenil no sólo ocurre en los países desarrollados tecnológicamente (Livingstone, 2001), sino también en las sociedades menos desarrolladas, en las cuáles la desnutrición había sido previamente predominante (Seidell, 1999). La Organización Mundial de la Salud ha llamado a este fenómeno una Epidemia Global (Organización Mundial de la Salud, 1997).

Posibles causas de la epidemia de la obesidad

Las causas de la actual epidemia de obesidad juvenil no son claras (Bar-Or et al., 1998; Jebb & Moore, 1999; Livingstone, 2000). Conceptualmente, hay tres causas posibles: mutaciones genéticas, aumento del consumo de energía, y disminución del gasto de energía. La hipótesis genética puede ser descartada porque es improbable que las mutaciones puedan ser expresadas en un lapso de tiempo tan corto. Sin embargo, uno no puede excluir la posibilidad de una interacción gen-ambiente, en la que los cambios en la actividad o el consumo de alimentos son afectados por la predisposición genética de una persona (Clément & Ferré, 2003).

En los Estados Unidos, el aumento en el consumo de energía parece improbable como una causa general de obesidad porque los datos de los 1970´s a los 1990´s no confirman un incremento en el consumo total de energía de la mayoría de la gente de 2 a 19 años de edad (Troiano et al., 2000). Las únicas excepciones fueron las niñas adolescentes, cuyos consumos sí incrementaron. Esta misma encuesta mostró una disminución en el porcentaje de consumo de grasa en las dietas de ambos géneros. En contraste con los Estados Unidos, el surgimiento de la obesidad juvenil en los países menos desarrollados parece acompañar a un aumento en el consumo de alimentos.

En realidad, si el consumo de grasa y energía no ha aumentado durante las décadas recientes, una causa más probable de la epidemia de la obesidad actual en Norteamérica es una disminución del gasto de energía debida a la reducción en la actividad física habitual (Bar-Or et al., 1998; Troiano et al., 2000). Aunque esta hipótesis es convincente, hay datos insuficientes para confirmarla (Jebb & Moore, 1999).

¿Son los niños y jóvenes obesos insuficientemente activos?

Durante años, se realizaron varios estudios de corte transversal en un intento de documentar la conducta de actividad física de jóvenes obesos comparados con sus pares no obesos (Bar-Or & Baranowski, 1994; Bar-Or et al., 1998). Muchos de estos reportes (Bruch, 1940; Bullen et al., 1964; Dionne et al., 2000; Pate & Ross, 1987; Waxman & Stunkard, 1980), pero no todos (Klesges et al., 1990; Stunkard & Pestka, 1962; Wilkinson et al., 1977) sugieren que la obesidad coincide con un estilo de vida relativamente sedentario.

La posible relación entre la obesidad juvenil y la cantidad de tiempo dedicada a ver televisión ha atraído especial atención. Varios estudios (Andersen et al., 1998; Crespo et al., 2001; Dietz & Gortmaker, 1985; Gortmaker et al., 1996), pero no todos (Robinson et al., 1993; Wolf et al., 1993), han mostrado que el riesgo de estar obeso está fuertemente relacionado con ver televisión. Por ejemplo, Crespo et al. (2001) analizaron datos de más de 4000 niños y jóvenes, de 8-16 años de edad, que tomaron parte en una encuesta nacional de los Estados Unidos de 1988-1994 (NHANES III). Encontraron que la prevalencia de la obesidad fue mayor entre aquellos que veían televisión cuatro o más horas al día y menor entre los que la veían una hora o menos al día. El tiempo viendo televisión fue asociado positivamente con la obesidad entre niñas, aún después de haber controlado por edad, raza/etnia, ingresos familiares, actividad física semanal y consumo de energía (Crespo et al., 2001). Otro estudio ha mostrado que la probabilidad de llegar a estar obeso es tres veces mayor en adolescentes que ven televisión más de 5 horas/día, comparado con aquellos que la ven 0-2 horas/día (Gortmaker et al., 1996) (Figura 1). El mismo estudio demostró que la probabilidad de remisión de la obesidad durante un período de cuatro años es considerablemente mayor entre adolescentes que ven televisión menos de una hora al día comparada con aquellos que la ven 5.5 horas o más cada día. Aunque muchos estudios de este problema son de corte transversal, no experimentales, los autores concluyeron que hay una relación de causa-efecto entre la cantidad de tiempo que se ve televisión y la obesidad juvenil.

A pesar de la relación aparentemente fuerte entre ver televisión y la obesidad juvenil, existe poca o no hay relación alguna entre la cantidad de tiempo viendo televisión y el gasto de energía total por día (Robinson et al., 1993; Taraset al., 1989). Sin embargo, aunque los datos de la población general indican que no ha habido un aumento reciente en el consumo de energía, es posible que uno de los efectos del tiempo excesivo viendo televisión sea el consumo alto de comida rápida y otros productos ricos en energía en esta población de telespectadores, tal vez debido al gran número de comerciales relacionados con alimentos en los programas de horario estelar (Story & Faulkner, 1990).

Aunque hay una amplia evidencia de poca actividad física habitual en niños y jóvenes obesos, hay una relación más compleja entre la obesidad y el gasto total de energía, el cual incluye el gasto de energía en reposo además de la energía gastada durante la actividad física (Ekelund et al., 2002). Algunos estudios mostraron que el gasto de energía total por día (MJ/24 h) es similar en sujetos obesos y no obesos o aún mayor entre los obesos (Bandini et al., 1990; Goran, 1997; Treuth et al., 1998). No hay diferencias en el gasto de energía total por día entre niños que están propensos a la obesidad futura y aquellos que no lo están (Treuth et al. (2000).

Con la suposición de que un gasto de energía alto en los obesos es una función de su mayor masa corporal (Maffeis et al., 1993; Volpe-Ayub & Bar-Or, 2003), algunos autores expresaron el gasto de energía por unidad de masa corporal, como la diferencia entre el gasto de energía total y el gasto de energía en reposo, o como la proporción entre el gasto de energía total por día y el gasto de energía en reposo (Nivel de Actividad Física= NAF (PAL por sus siglas en inglés)). Aún con estas correcciones, los resultados fueron equívocos, oscilando entre una relación inversa (Bandini et al., 1990; Davies et al., 1995) y ninguna relación (Bandini et al., 1990; Ekelund et al., 2002; Goran et al., 1997), entre la adiposidad y el gasto de energía.

No es fácil conciliar la ausencia de relación entre la obesidad y el gasto de energía total por día. Una posible explicación es que los sujetos en muchos de estos estudios ya estaban obesos cuando se hicieron las observaciones. Es posible que si hubieran sido evaluados durante el período de transición de no estar obesos a la obesidad (a saber, cuando su balance de energía era excesivamente positivo), el gasto de energía de aquellos que después llegaron a ser obesos habría sido menor.

Los efectos benéficos del incremento de la actividad física

Aunque esta revisión se enfoca en los efectos del incremento en la actividad física, uno debe darse cuenta de que el manejo apropiado de la obesidad juvenil también tiene que incluir cambios nutricionales y modificación de la conducta (del niño y de los padres) (Bar-Or et al., 1998; Epstein et al., 1996; Sothern et al., 2000). Hay muchos beneficios documentados del aumento de la actividad física en la obesidad juvenil (Epstein & Goldfield, 1999; Gutin & Humphries, 1998). Las Tablas 2 y 3 resumen todos los resultados de los estudios sobre los efectos del aumento en la actividad física en la composición corporal y en otras variables diferentes a la composición corporal, respectivamente. El alcance de esta revisión no permite una discusión extensa de todos estos efectos. Para más detalles, vea revisiones recientes (Bar-Or et al., 1998; Epstein & Goldfield, 1999; Gutin & Humphries, 1998; Sothern, 2001).

Tabla 2. Resumen de reportes científicos sobre los efectos del incremento de la actividad física en la composición corporal.

Variable

 

Aumenta

 

Disminuye

 

No cambia

 

Masa corporal

 

X

X

Masa libre de grasa

X

 

X

% Grasa corporal

 

X

X

Grasa Visceral

 

X

 

Estatura

   

X


Tabla 3.
Resumen de reportes científicos sobre los efectos del incremento de la actividad física en otras variables diferentes a la composición corporal.

Variable

 

Aumenta

 

Disminuye

 

No cambia

 

Presión arterial

 

X

 

Sensibilidad a la insulina

X

   

Triglicéridos en plasma

 

X

X

Lipoproteínas de alta densidad (Colesterol HDL)

X

 

X

Lipoproteínas de baja densidad (Colesterol LDL)

 

X

X

Colesterol total

 

X

X

Condición física

X

   

Autoestima

X

   


Grasa corporal y masa corporal.
Los cambios específicos que acompañan a una mayor actividad física dependen de la naturaleza de la actividad así como de cualquier cambio en la dieta. Por ejemplo, para gastar cantidades razonables de energía metabólica, un niño deberá dedicarse a actividades de tipo aeróbico tales como juegos de conjunto (básquetbol, fútbol), caminata vigorosa, patinaje o natación. Una actividad que dure 45-60 min puede producir un gasto energético de 200-250 kcal (Blaak et al., 1992; Gutin et al., 2002). Un programa aeróbico puede ayudar al niño obeso a perder grasa corporal y masa corporal total (o disminuir el incremento en masa grasa relacionado con el crecimiento). También es probable inducir un aumento en la condición física aeróbica. En contraste, un programa que incluya entrenamiento de fuerza no puede producir una reducción en la masa corporal, pero puede ayudar a preservar, e incluso incrementar, la masa libre de grasa (Pikosky et al., 2002; Sothern et al., 2000; Treuth et al., 1998). No puede ocurrir una reducción de grasa significativa sin cambios dietéticos concomitantes (Epstein et al., 1996).

Grasa visceral. En estudios con adultos, el exceso de grasa intra-abdominal o visceral ha sido relacionado con riesgo coronario y es parte del “síndrome metabólico”. Actualmente, hay evidencia en jóvenes de que el incremento en la actividad física de naturaleza aeróbica está acompañado por una reducción (o retardo en el aumento) de la grasa visceral (Gutin et al., 2002; Owens et al., 1999). La disminución en la ganancia de grasa intra-abdominal también ha acompañado al entrenamiento de fuerza (Treuth et al., 1998).

Resistencia a la insulina. La epidemia de obesidad juvenil actual ha estado acompañada por un incremento rápido en la incidencia y prevalencia de diabetes mellitus tipo 2 (“diabetes de adulto”) (Berenson et al., 1995; Pinhas-Hamiel et al., 1996). Un creciente número de niños obesos presentan altos niveles de insulina en ayunas y pruebas de tolerancia a la glucosa anormales, sugiriendo una alta resistencia a la insulina. La fuerte asociación entre la diabetes tipo 2 y la obesidad juvenil es otra razón por la cual los médicos deben intentar prevenir y tratar la obesidad en niños y jóvenes. Actualmente es claro que los programas de incremento en la actividad física pueden disminuir la resistencia a la insulina. Sin embargo, estos cambios y otros efectos benéficos desparecen una vez que concluye el programa de intervención (Ferguson et al., 1999).

Actividad física espontánea. Un aspecto importante al que se le ha prestado poca atención es hasta qué punto los programas de actividad física prescritos pueden afectar la actividad espontánea de los niños obesos, esto es, la actividad no prescrita a la que se dedica el niño. Utilizando la técnica de isótopos dobles de agua (el “estándar de oro” para la medición del gasto total de energía), se ha mostrado que el incremento en el gasto total de energía durante un programa de ejercicio aeróbico de 4 semanas fue el doble del esperado para las sesiones de ciclismo estructuradas en las que los sujetos participaron (Blaak et al.,1992). Otro estudio, usando acelerometría, monitoreo de la frecuencia cardiaca, y una entrevista, reportó que la actividad física espontánea y el gasto de energía aumentaron en el día siguiente a una tarea de ejercicio estructurado en el laboratorio (Kriemler et al., 1999). Así, parece que los niños obesos pueden ser “energizados” por un incremento en el programa de actividad física y asumir un estilo de vida más activo. Este aspecto necesita de más investigación.

Los elementos de un programa de actividad

Comúnmente se asume que, para que el incremento en la actividad física sea efectivo en el control del peso y la adiposidad, debe incluir un componente que induzca a un aumento apreciable en el gasto de energía (Bar-Or & Baranowski, 1994; Epstein et al., 1996; Gutin et al., 2002; Sothern, 2001). La intensidad de tales actividades no es importante si el tratamiento se enfoca en cambios en la composición corporal tales como una reducción en la grasa corporal total y la grasa visceral. Sin embargo, para inducir un incremento en la condición aeróbica, las actividades deben incluir un elemento de alta intensidad (Gutin et al., 2002).

A diferencia de los adultos, los niños rara vez se esfuerzan por ellos mismos meramente por los beneficios de salud del ejercicio. Necesitan una gratificación inmediata de la actividad, la cual, por lo tanto, debe tener elementos agradables. No se puede poner demasiado énfasis en este aspecto. Además, es más probable que ocurra el mantenimiento a largo plazo de los beneficios de un programa si las actividades son de una naturaleza de “estilo de vida” más que una intervención reglamentada de aeróbicos o calistenia (Epstein et al., 1994). Otro elemento importante es la reducción del tiempo invertido en pasatiempos sedentarios, como ver televisión (Faith et al., 2001). Una reducción en el tiempo para ver televisión puede también ser eficaz en la prevención de la obesidad entre niños escolares (Robinson, 1999). Finalmente, en el diseño de un programa uno debe enfocarse en el incremento de la motivación del niño para llegar a ser activo y permanecer activo. Los padres, por ejemplo, pueden reforzar el incremento en la actividad del niño por medio de premios simbólicos. En nuestros pacientes externos de la clínica, periódicamente lanzamos proyectos motivacionales tales como el Programa del Ejercitador Frecuente (en analogía a los programas de “viajero frecuente” de las aerolíneas), los cuales son apreciados por pacientes jóvenes de todas las edades. En uno de los proyectos, por ejemplo, los pacientes fueron alentados a acumular “escalones” en la “CN Tower” (una torre conocida de Toronto). Cada bloque de actividades de 15 minutos se convertía en una cierta cantidad de escalones y era registrada por el niño en un formulario especial. Una vez que el niño acumulara suficientes escalones para “alcanzar lo más alto de la torre” se le daba un premio.

Idealmente, el incremento de la actividad deberá llegar a ser un proyecto familiar, particularmente para los niños en la primera década de la vida. Alguna información práctica de cómo los padres pueden llegar a estar involucrados en el incremento de la actividad física de sus hijos está disponible en http://www.paguide.com. Este sitio web acompaña a la Guía de Actividad Física para Niños y Jóvenes de Canadá del 2002. Una sección especial en el sitio proporciona “Herramientas para Padres”.

RESUMEN

En las décadas recientes se ha visto una dramática oleada mundial en la prevalencia de la obesidad juvenil. Aunque las causas de esta epidemia no son claras, una disminución en el tiempo invertido en actividades físicas y el aumento en pasatiempos sedentarios tales como ver televisión o juegos de computadora son probablemente factores importantes. El aumento de la actividad física es un componente importante de cualquier programa que se enfoque en el control de peso. Tales programas deben incluir elementos que induzcan a un gasto de energía apreciable. Sin embargo, la inclusión del entrenamiento de fuerza es eficaz para el aumento de la masa libre de grasa. Los niños no incrementarán su actividad “porque es saludable”. Ellos deben ver una gratificación inmediata en llegar a ser más activos. Esto se puede alcanzar ocupando al niño con actividades agradables.

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TRADUCCIÓN
Este informe ha sido traducido y adaptado de: Bar-Or, O. The Juvenile Obesity Epidemia: Is Physical Activity Relevant? Sports Science Exchange 89, Volumen 16:(2), 2003, por Lourdes Mayol Soto, M.Sc.

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VOLUMEN 16 (2003) NÚMERO 2

SUPLEMENTO

Sports Science Exchange 89

LA EPIDEMIA DE LA OBESIDAD JUVENIL: ¿QUÉ PUEDE HACERSE?

La incidencia de la obesidad en niños y jóvenes (“obesidad juvenil”) ha ido en aumento en las décadas recientes. Esto está sucediendo no sólo en los países tecnológicamente desarrollados como son Estados Unidos, Canadá y Europa Occidental, sino también en regiones tales como América Latina, Sureste de Asia y África, donde los niños tradicionalmente han sufrido de desnutrición. Un ejemplo del incremento dramático en la incidencia de la obesidad juvenil se muestra en la Figura 1S.

FIGURA 1S. 

Incremento dramático en la prevalencia de la obesidad juvenil durante un período de 15 años. Los datos están basados en dos estudios nacionales a gran escala en Canadá, realizados en 1981 (barras negras) y en 1996 (barras grises). Datos de Tremblay y Willms (2000).

“Tendencia secular en el índice de masa corporal de niños Canadienses” – Reimpreso de, CMAJ 28 Nov 2000; 163 (11) Pág(s) 1432 con permiso del editor, © 2000 Canadian Medical Association.

Una disminución en la actividad física y un aumento en los pasatiempos sedentarios tales como ver televisión y jugar juegos de computadora, están entre las causas de esta epidemia. Realmente, hay una fuerte relación entre la probabilidad de llegar a ser obeso y el número de horas que los niños y jóvenes ven televisión. Además, es mucho más probable que sigan obesos aquellos que ven televisión durante más de cinco horas por día durante un período de 4 años que aquellos que ven televisión menos de una hora al día. Por lo tanto, el incremento en la actividad física es una modalidad importante del tratamiento en niños y jóvenes obesos. Sin embargo, este objetivo no se lleva a cabo fácilmente.

¿Por qué los niños obesos no son suficientemente activos?

  • Los niños y jóvenes obesos son generalmente menos activos que sus pares no obesos. Hay varias razones para este patrón: Los niños obesos frecuentemente sienten que sus cuerpos son “feos”; como resultado, pueden estar poco dispuestos a usar una camiseta u otras prendas “reveladoras” en público. Por ejemplo, los niños obesos frecuentemente perciben que los bultos de grasa en sus pectorales se parecen al pecho femenino. Esto, por sí mismo, puede ser una razón para su renuencia a participar en actividades deportivas.
  • Una de las quejas más comunes de los niños y jóvenes obesos es que son ridiculizados y fastidiados por otros niños. Esto ocurre principalmente en la escuela, pero también en el vecindario e incluso en la casa. Como resultado, tienden a no socializar y a permanecer aislados de individuos de su misma edad.
  • Los niños obesos frecuentemente tienen padres obesos que prefieren un estilo de vida sedentario. Debido a que la conducta de actividad de los niños, especialmente en la primera década de la vida, está fuertemente influenciada por el estilo de vida de sus padres, es probable que los niños obesos de padres inactivos elijan no ser activos.
  • Debido a su peso corporal excesivo, los niños obesos tienen menor probabilidad de desempeñarse bien en actividades que incluyan correr o saltar. Esto incluye la mayoría de los juegos de equipo, así como muchos eventos de pista y campo. Como resultado tienden a excusarse en las clases de educación física.
  • Es probable que un bajo nivel de actividad induzca a un aumento excesivo en el peso corporal. Esto, en sí mismo, ocasiona frecuentemente que el niño sea aún menos activo y lo lleve a una ganancia de peso adicional. El resultado final es un círculo vicioso de obesidad-inactividad-obesidad.

Es importante conocer la razón por la cual un niño opta por ser sedentario, para determinar cómo ayudar de la mejor manera a ese niño a llegar a ser más activo. Los profesionales de la salud y educadores deben, por lo tanto, incluir un análisis completo de las actividades habituales del niño y de las barreras que el niño debe vencer para tener un estilo de vida más activo.

Beneficios del incremento en la actividad física

Un programa ideal para los niños y jóvenes obesos incluye cambios nutricionales, aumento de la actividad física y modificación de las conductas del niño y de los padres. La investigación ha mostrado que el incremento en la actividad física, en sí mismo, puede producir varios beneficios. Estos incluyen:

  • Control de peso
  • Reducción de la grasa corporal total y de la grasa alrededor de los órganos abdominales (lo cual reduce el riesgo de enfermedad coronaria)
  • Reducción en la presión arterial alta
  • Disminución del riesgo de diabetes tipo 2 (diabetes de adultos)
  • Incremento en la condición física y mejoramiento de la autoestima.

Para lograr algunos o todos estos beneficios, los programas de actividad deben mantenerse. Una vez que se detengan, muchos de los beneficios desaparecerán en pocas semanas.

Elementos de los programas de aumento de la actividad física

  • Las actividades deben ser divertidas. Mientras que los adultos pueden optar por aumentar su nivel de actividad física porque el “ejercicio es saludable”, los niños necesitan otras motivaciones para llegar a ser y mantenerse activos, principalmente aquellas que producen una gratificación inmediata. Por tal motivo, un elemento indispensable de una actividad es que sea divertida. Si se hace que los niños participen en actividades que ellos no perciben como agradables, es poco probable que las mantengan. Por lo tanto, uno debe identificar aquellas actividades que un determinado niño disfruta y aquellas que el niño considera aburridas o rutinarias. Este proceso de selección puede involucrar un período de intento y error hasta que se identifiquen las actividades favoritas. Recuerde que es probable que estas actividades cambien con el tiempo y con la estación.
  • Las actividades deben mover el cuerpo sobre una distancia considerable. Idealmente, las actividades deben incluir desplazamientos del cuerpo entero sobre una distancia considerable, con el objeto de “quemar” calorías. Aunque al caminar y trotar se puede lograr esto, estas actividades son consideradas aburridas por muchos niños y jóvenes. Las alternativas favoritas incluyen danza, básquetbol, patinaje y ciclismo – las cuales tienen un elemento “divertido”.
  • Incluir entrenamiento de fuerza. También es benéfica la adición del componente de entrenamiento de fuerza. Ayuda a incrementar la masa libre de grasa, la fuerza muscular, y aún más importante, el autoestima del niño y la sensación de logro. La ventaja del entrenamiento de fuerza es que se puede percibir un aumento en la fuerza en un tiempo muy corto (1-2 semanas), lo cual es un motivador importante.
  • Trabaje en los puntos de fortaleza del niño obeso. Los niños obesos son generalmente altos y fuertes. Como resultado, pueden ser exitosos en actividades que requieran altura y fuerza. Algunos ejemplos son el básquetbol y el fútbol americano, así como eventos de lanzamientos tales como la bala y el disco. Debido a su lentitud y poca agilidad, puede que no destaquen en tales deportes, pero lo harán aún mejor que en actividades de pista, fútbol, o eventos de salto.
  • Utilice actividades acuáticas. Los niños y jóvenes obesos frecuentemente prefieren las actividades acuáticas a las terrestres. Estar en el agua da tres ventajas para la persona obesa: 1) Debido a que la grasa es capaz de flotar (es más ligera que el agua), el peso corporal de las personas obesas es sostenido por el agua, lo cual les ayuda a mantenerse a flote. En contraste, su gran peso corporal en tierra es una clara desventaja en deportes que requieren velocidad, agilidad y resistencia. 2) La capa de grasa debajo de la piel proporciona un excelente aislante térmico y previene la pérdida excesiva de calor corporal. Esto da una ventaja en los individuos obesos cuando el agua es fresca (a saber, 22-24 ºC, ó 71.6-75.2 ºF). La mayoría de la gente magra no puede permanecer mucho tiempo en el agua a estas temperaturas debido a la rápida pérdida de calor. 3) Una vez que el niño está en el agua, nadie puede ver su “cuerpo feo”. Esto disminuye la inhibición que algunos niños obesos tienen cuando exhiben sus figuras durante actividades terrestres.

FUENTES ADICIONALES SUGERIDAS

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TRADUCCIÓN
Este informe ha sido traducido y adaptado de: Bar-Or, O. The Juvenile Obesity Epidemia – What can be done about it? Sports Science Exchange 89 Supplement, Volumen 16:(2), 2003, por Lourdes Mayol Soto, M.Sc.

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